Cuando empecé a diseñar, creía que lo más importante era lograr un espacio que impactara. Que llamara la atención. Que alguien entrara y dijera “wow”.
Con el tiempo, eso cambió: Ya no busco que un espacio impresione, busco que tenga firma singular.
No una firma visual de esas que se reconocen por estilo o por moda, sino algo más sutil. Una estructura que no se repita y una forma de ser que no compita por validación.
Trabajo con personas que ya pasaron por lo estéticamente correcto, que ya intentaron decorar con lo que vieron en Instagram o en Pinterest, y sintieron que algo no terminaba de encajar. Al final, han llegado al estudio con frases como “quiero que esto se sienta mío”, aunque no siempre sepan ponerlo en palabras.
Aquí es donde ocurre el trabajo real.
Diseñar diferente no es llenar de objetos raros, es leer lo que ya existe, pero no está a la vista y tomar decisiones desde ahí.
A veces es una rutina, una historia personal o una necesidad no notada.
Todo eso se traduce en elecciones: materiales, proporciones, ritmo.
Pero siempre parte de una sola pregunta:
¿Qué no puede faltar aquí para que esto sea realmente tuyo?
✶ Cómo se construye lo diferente, sin perder equilibrio
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Partir de un ancla real (no de una foto de referencia):
Algo personal, que tenga sentido y valor para ti. Puede ser una pieza heredada, una rutina específica, un recuerdo, una forma de vivir. Cuando el diseño nace de lo que importa, no necesita imitar nada. -
Editar más, agregar menos:
Lo diferente no aparece por acumulación, aparece cuando hay espacio para que se sienta lo que ya existe y luego con cadencia y curaduría vas añadiendo nuevas capas. La repetición mata la intención, así que no compres por comprar, recuerda que muchas veces se ve bien en la tienda pero no en tu casa. -
Romper patrones donde se espera uniformidad:
Un muro que no sigue la simetría. Un respaldo que cambia de material. Una curva en un rincón inesperado. El contraste, bien ubicado, no desordena: dirige, da interés y envuelve un diseño sólido y pensado.
No se trata de ser único por obligación.
Se trata de no vivir rodeado de decisiones que podrían haber sido para la masa.
Lo diferente no siempre se nota a simple vista.
Pero se siente.
Se nota en la calma que te entrega la belleza que inevitablemente se siente en el lugar.
En cómo lo usas al estar allí, en cómo no cansa ni pide permiso para existir.
Y eso no pasa por accidente.
Pasa cuando el diseño se encarga de representar el valor de sus usuarios más allá de la convencionalidad de un estándar temporal.